martes, 16 de septiembre de 2008

TIEMPO DE BERREA

Desde una naturaleza casi por completo domesticada, parcelada y controlada artificialmente, todavía llegan ecos de un mundo agreste y lejano. Por estas fechas, en los montes y sierras de media España corren las mismas voces que han atronado al final del verano desde la noche de los tiempos, cuando la naturaleza era aún un lugar salvaje.

Ha llovido un poco; los días se van acortando y en el calendario de la naturaleza empieza un nuevo curso. Es tiempo de berrea

Medianoche en la dehesa de alcornoques y encinas de Las Cansinas, en el Parque Nacional de Monfragüe. La luna, en cuarto creciente, ilumina el monte y forma negras sombras oscuras bajo las copas de los árboles; un lugar excelente para recostarse contra un tronco y esperar acontecimientos. La atmósfera, fresca y húmeda tras las últimas tormentas, facilita la propagación de los sonidos desde el fondo de las vaguadas. Una ayuda poco necesaria, pues lo que escuchamos, los bramidos de los ciervos en celo, tiene la energía suficiente para propagarse por sí mismos a larga distancia. Sobre un fondo pulsante continuo, formado por las llamadas de los últimos grillos del verano, retumban los berridos de los machos, llamadas de desafío hacia otros competidores, de seducción (cada uno lo hace como puede) hacia las hembras; la expresión atronadora e irrefrenable de un estado de excitación interna que sólo se aplaca bramando insistentemente, durante semanas, al fondo de la noche. Grita un venado muy cerca, y su voz la pisan las respuestas de otros muchos.

Pero en septiembre no sólo atruenan los ciervos. En el horizonte se desata una tormenta, y los estampidos y trallazos de los truenos se funden, armonizan con los bramidos y las envestidas de aquellos machos que, incapaces de dirimir sus diferencias a voces, la emprenden a testarazos.

La tormenta pasa. Y algunas aves también aprovechan la noche para pasar. Un cárabo deambula por las copas de los árboles y sustituye su clásico y lastimero ululato por otro más apresurado, una secuencia rápida de notas que recibe el nombre de “canto de ocarina”. Asustado, unos segundos después lanza unos gañidos agudos de alarma, amplificados por la reverberación de la noche fría. Una cierva, no se sabe si asustada o harta de tanto trajín, ladra y huye, chapoteando y rompiendo el monte.

Se aproxima el alba y el cielo empieza a grisear al este. Canta una totovía, un puntito emisor de trinos colgado en el cielo negro. Los estorninos de una alameda silban y se desperezan. Los venados siguen a lo suyo, con una pasión redoblada. Parece que hay prisa. El otoño ya está cerca.

Monfragüe, otoño de 2007.

El Mundo escuchar sonidos en el articulo

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