martes, 13 de mayo de 2008

Repoblacion humana en Monfrague

CARAVANA DE MUJERES. Hombres del interior de España y latinoamericanas intentan juntarse.

Monfrague vive una caravana de mujeres, en las que participan muchas inmigrantes latinoamericanas, entre ellas ecuatorianas. Se han convertido en una fórmula más para devolver la vida a los pueblos solitarios de ese país, pues muchas consiguen parejas españolas en esos viajes.

Es como si hubiera recuperado la juventud perdida por la inexorable cuenta atrás que marca el reloj biológico del ser humano. Guadalupe Jiménez se sonroja como una adolescente a la que besan por vez primera cuando habla del amor que, con 60 años a cuestas, encontró en una ‘caravana de mujeres’.

Se trata de una suerte de ‘operación Cupido’ cuyo propósito no es otro que el de llevar a un puñado de féminas sin compromiso, el grueso de ellas latinoamericanas (apenas tres ecuatorianas en este viaje), para que conozcan a los solterones de esa España profunda que se vacía por el envejecimiento de sus vecinos o el éxodo de sus jóvenes que hallaron un mejor porvenir en las grandes urbes.

El lema es una verdadera declaración de intenciones: “Amor por la repoblación rural”.

Guadalupe, viuda, madre de dos hijos y abuela de siete nietos, habla con la convicción de los enamorados. Igual que Francisco Mancilla Morales, su pareja, un hombre afincado en Agudo (Ciudad Real) que frisa la cincuentena, “poco agraciado, algo rústico pero muy sincero”, asegura ella.

Guadalupe y Francisco se conocieron el 8 de septiembre pasado, en Piedra Buena (Castilla-La Mancha). En una caravana de mujeres. El flechazo tardó en llegar. Intercambiaron teléfonos. Hablaron una y otra vez. Comenzó el galanteo y se enamoraron, por supuesto.

Guadalupe vuelve a sonreír. ¡Quién lo diría! Años atrás, corrían tiempos difíciles en la vida de esta lojana. Cayó en el pozo de la depresión y pensó en lanzarse al cauce del río Tormes a su paso por Salamanca. En estos días presume de novio y prepara maletas rumbo a Agudo, para “empezar de nuevo”.

Francisco no dudó de la decisión pese a los prejuicios de los cerca de 3.000 habitantes del poblado que no han dejado de advertirle que la ecuatoriana le durará, “como mucho”, dos meses, “hasta quitarle los ahorros” de toda una vida. Pero este es un “cariño verdadero y ella no viene a robarme nada, todo lo contrario” se apresura a decir este agricultor.

“¡Ah! ¿Te vas a vivir al pueblo y dejas Madrid?”, pregunta la quiteña María Espinosa, profesora de técnica artesanal, desde uno de los 50 asientos de un autobús que colmado de latinoamericanas arregladísimas se encamina hacia Serrradilla, una localidad de la provincia de Cáceres, en una nueva caravana de mujeres. “Pues sí”, responde tajante Guadalupe, ex modista de la cadena de almacenes El Corte Inglés.

Pero que nadie se llame a engaño. La inmigrante lojana se embarcó en una edición más de esta aventura por “diversión y ganas de hacer un poco de turismo”. Ocurre a menudo. No todas las damas que participan en la iniciativa van en busca de romance. Más de una solo quiere escapar de la asfixiante rutina, del día a día limpiando pisos, sirviendo mesas, cuidando niños o atendiendo ancianos.

“Somos solteras, separadas, viudas… trabajamos toda la semana y queremos pasar bien”, exclama la limeña Carmen Sánchez, mientras se pinta los labios de rojo carmín.

“Vengo por distraerme. Llevo ocho años en Madrid pero no soy feliz”, advierte Emma Martínez, oriunda de Quito y divorciada con cinco hijos. Sufrió maltratos por parte de su marido y no resulta extraño escucharla decir: “No quiero saber nada de hombres”.

El autocar lleno por el boca a boca, una fórmula que funciona mejor que cualquier aviso publicitario, parte hacia Serradilla a las 10:50 de un sábado de primavera desde la madrileña Glorieta de Cuatro Caminos.

Las tres horas de travesía transcurren entre cánticos y confidencias de batallas perdidas y victorias alcanzadas.

El silencio rampante que produce el paso por los caminos de vértigo que rodean el Parque Natural de Monfrague cercano al destino de esta ‘cita a ciegas’ se quiebra al llegar al centro del pueblo, al compás de las canciones de una tuna (agrupación musical que usa vestimentas antiguas e interpreta temas del folclore español).

Y ahí están ellos. Llevan trajes algo pasados de moda, un clavel en la mano, la luz en el rostro y la melancolía en la mirada. La caleña Noderis Tangarife esboza su perfil: “El hombre soltero español entrado en años ya tiene costumbres y hábitos difíciles de desterrar. Son duros, secos y actúan a la defensiva. Parece que estuvieran acostumbrados a la soledad”.

“El que es de pueblo quiere seguir en el pueblo. Yo estuve tres meses en El Toboso y me deprimí”, asegura la peruana Beatriz Pérez, mientras desciende del autobús. Entonces, ¿por qué están aquí? “Por si sale algo”, asevera Reyna Pineda, hondureña residente en la Península desde 1974.

“Igual y hay un hombre bueno. ¡Que sea lo que Dios quiera!”, insiste Elena Arango, masajista nacida en Medellín.

Transcurridos unos minutos, la voz de uno de los vecinos truena con un ¡viva los novios! y el río de almas solitarias de este pueblo de calles estrechas y casas apiñadas sale a tropel en busca de la dama más buenamoza.

Juan Carlos Realdía, atractivo bombero de 35 años, se lamenta: “Son muy mayores”. “No coincidimos mucho, nosotros somos más tímidos. Ellas, un poco más lanzadas, pero eso no es malo”, opina Antonio Cobos, divorciado con dos hijos. “Parecen animales en celo”, susurran algunas féminas.

En un salón, José Luis del Barco apura los primeros contactos: Emma, Estela, Elena… Al poco tiempo es incapaz de poner nombre a tantas caras, pero entre comilona, bailoteo y visita a los lugares emblemáticos de la localidad surge el primer beso con la colombiana Marlene Ospina.

A las 03:00 todo se queda en eso. En un beso. El medio centenar de mujeres emprende el viaje de retorno con amistades nuevas y números de teléfono apuntados en servilletas o guardados en la memoria de los celulares.

¿Noviazgos? Posiblemente surja alguno como el que un día concibieron la lojana Guadalupe Jiménez y el español Francisco Mancilla, gracias a la caravana de mujeres. “Una verdadera bendición”, dicen ellos.

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